A Simón le gustaba pensar que la chica que se
sentaba a su lado en clase de cálculo se llamaba Kelly. En sus más sucias
fantasías había vivido con Kelly las semanas más apasionadas de su vida, todas
las noches en la oscuridad de su habitación, iluminada tan solo por la luz que
emitía la pantalla de su lap, Simón solía inventarse mil aventuras de cama
junto a Kelly: El blog donde narraba dichos encuentros extenuantes en los
diversos e inimaginables lugares, a través de
las semanas que llevaba alimentándolo, se había vuelto un exitoso lugar
concurrido por la más diversa fauna de adolescentes precoces en busca de vivir
através de dichos relatos lo que a ellos mismos les habría gustado hacer (ya ni
siquiera con la buenota Kelly, sino con cualquiera de sus conocidas que se los
permitiera). Ilusos.
No se imaginaban siquiera que el hombre al
otro lado del cable, se sacudía al igual que ellos todas las noches sus
fantasías más calientes al releer la aventura en turno una vez publicada.
Porque algo que no se puede negar y es un hecho consumado, es que Simón era un
excelente contador de historias y además un gran artífice del lenguaje obsceno,
lo cual hacía de sus relatos blogueriles y febriles, atractivísimas lecturas
nocturnas de las que a la fecha los que
las habían leído conservan memoria y un especial aprecio por el autor.
Ahora, el asunto de Kelly, que en realidad se
llamaba Amanda y que era compañera de clase de cálculo de Simón, era una cosa
totalmente aparte. Amanda estudiaba por cuenta y cargo propios. Durante la
mañana realizaba sus deberes escolares y por la tarde asistía a la Universidad. Por
pura lógica y a juzgar por esas atractivas ojeras que causaban ese efecto de
una mirada profunda en sus ojos, era de suponerse que Amanda tenía actividades
nocturnas que por lo menos le ocupaban la mitad de la noche y parte de la
madrugada. Nadie lo sabía ni se lo preguntaba, pues Amanda era una de esas
chicas herméticas que a nadie pelan en clase, independiente, indiferente y
exceptuando por las miradas de reojo propinadas a sus piernas por Simon,
imperceptible.
Nadie se habría imaginado que esa voz,
insípida durante el día, por la noche se convertía en la sensual voz de una
línea caliente telefónica. No era un mal
trabajo después de todo, lidiar por teléfono con un cliente, no es lo
mismo a sentir tus pechos embarrados por sus babas apestosas de ebrio, y ella
lo sabía por experiencia propia.
Amaba su trabajo, era capaz de embaucar durante carísimas horas de charla a
cualquier incauto que caía en sus garras. Amanda había adquirido un inusitado
prestigio como excitadora telefónica en la agencia para la que trabajaba. Era,
sin saberlo ella, una minita de oro para los dueños del negocio. Así puestas las cosas Simon y Kelly tenían cada
uno por su lado actividades secretas tan similares, que aun no se puede
comprender como por casualidades de la vida tres tardes por semana y dos horas
cada una se sentaban uno junto al otro, sin imaginar que el oficio de
erotizadotes anónimos los volvía colegas.
Y es que los muslos de Kelly eran
descomunales, daban cuenta de ello las miradas de reojo que Simón solía brindarle y que habrían llenado
planas enteras de padres nuestros y aves marías, si alguna vez Simón hubiera
decidido confesar que había pecado de pensamiento.
Pero sucede que una tarde…
En ese preciso momento todo quedo en la
oscuridad y un insoportable Biiiiiiiiiiiiiiiiiiiip, irrumpió en la tranquilidad
de la tarde. Rosa golpeo con fuerza el escritorio del ordenador donde solía
trabajar y escribir de vez en cuando. Se había perdido para siempre en la
ignominia de un apagón aunado a la ineficiencia de su no-break la historia que
tenía que publicar en unas cuantas horas en HD-B. Es cierto que los cambios de
tema de última hora le habían fastidiado la existencia, pues ya se imaginaba
escribiendo como la próxima heredera del maestro Asimov las más insólitas
aventuras futuristas jamás escritas.
Cerró con llave los cajones de su escritorio y
se dirigió a la salida de sus oficinas pensando que debió salvar a tiempo el
archivo. Maldita tecnología, eso le pasa por no usar como era costumbre un
cuaderno y una pluma.