La comida chatarra es deliciosa, no imagino un placer comparado a degustar una deliciosa gordita de chicharrón, con su respectiva salsa. Y que tal la sensación en la boca de deslizar un bocado de una quesadilla de pollo con queso. Las garnachas son una debilidad que la mayor parte de los mexicanos no podemos dejar de consumir ¿O acaso alguien puede decir que no ha saboreado una torta cubana? ¿Quién que se precie de tener boca y dientes es capaz en su sano juicio de declinar la oferta de empacarse una orden de tacos dorados de pollo (acompañados con guacamole no tienen comparación)?
Cuando uno es adolescente y en promedio hasta la edad de veintinueve años uno puede tragarse sin pena la cantidad que se le antoje de tacos al pastor, hamburguesas con doble queso, pizzas, tamales, huaraches, tostadas y platos de pozole. El organismo a esa edad es eficiente y realiza tal cantidad de actividades que no hay que ponerse a dieta, ni preocuparse por ir al gimnasio; ninguna de esas hamburguesas le dará forma a tus caderas, ni habrá taco por grasoso que éste sea que se transforme en materia lonjeril.
Desgraciadamente el sueño se termina después de los treinta, el sedentarismo del trabajo de oficina, la falta de tiempo para realizar actividades físicas y la necesidad de comer en la calle hacen bastante difícil el proceso de quemar esas calorías que a los veinticuatro nos pelaban los dientes.
El viernes cumplí treinta y cuatro años, y aproximadamente veintiséis de tragar garnachas (lo siento pero, la palabra garnacha solo debe ser pronunciada junto al verbo tragar) y no me arrepiento de ninguna de las quesadillas, gorditas, pambazos, tacos, tlacoyos, tostadas, tamales, tortas, enchiladas y un largo etcétera que mi organismo a procesado através de estos largos y felizmente garnacheros años.
La ingesta de garnachas y el consumo de tabaco a lo largo de los años que llevo en el planeta han producido en mi físico transformaciones con las que tengo que vérmelas a diario, cosa nada fácil cuando uno acostumbra obedecer al capricho de sus deseos.
Como los juegos de azar, en esto de la comida chatarra hay que saber cuando detenerse, porque en caso de seguir por la ruta del colesterol las estadísticas presagian malos tiempos.
Habrá que retomar las frutas y verduras a las que renuncie por comodidad y por placer, razones más que suficientes para hacer lo que uno hace durante la totalidad de su segunda década de vida. Tendré que tomar agua en lugar de juguitos procesados, dejar de una vez por todas el cigarro, y ejercitar este trajecito que todavía aguanta mínimo otras tres décadas en óptimas condiciones, bueno, eso espero.
Garnachas:
No les digo adiós, sino hasta luego, nos vemos los fines de semana para continuar nuestro idilio, que lo sepan todos, nunca podría dejarlas para siempre.
Cuando uno es adolescente y en promedio hasta la edad de veintinueve años uno puede tragarse sin pena la cantidad que se le antoje de tacos al pastor, hamburguesas con doble queso, pizzas, tamales, huaraches, tostadas y platos de pozole. El organismo a esa edad es eficiente y realiza tal cantidad de actividades que no hay que ponerse a dieta, ni preocuparse por ir al gimnasio; ninguna de esas hamburguesas le dará forma a tus caderas, ni habrá taco por grasoso que éste sea que se transforme en materia lonjeril.
Desgraciadamente el sueño se termina después de los treinta, el sedentarismo del trabajo de oficina, la falta de tiempo para realizar actividades físicas y la necesidad de comer en la calle hacen bastante difícil el proceso de quemar esas calorías que a los veinticuatro nos pelaban los dientes.
El viernes cumplí treinta y cuatro años, y aproximadamente veintiséis de tragar garnachas (lo siento pero, la palabra garnacha solo debe ser pronunciada junto al verbo tragar) y no me arrepiento de ninguna de las quesadillas, gorditas, pambazos, tacos, tlacoyos, tostadas, tamales, tortas, enchiladas y un largo etcétera que mi organismo a procesado através de estos largos y felizmente garnacheros años.
La ingesta de garnachas y el consumo de tabaco a lo largo de los años que llevo en el planeta han producido en mi físico transformaciones con las que tengo que vérmelas a diario, cosa nada fácil cuando uno acostumbra obedecer al capricho de sus deseos.
Como los juegos de azar, en esto de la comida chatarra hay que saber cuando detenerse, porque en caso de seguir por la ruta del colesterol las estadísticas presagian malos tiempos.
Habrá que retomar las frutas y verduras a las que renuncie por comodidad y por placer, razones más que suficientes para hacer lo que uno hace durante la totalidad de su segunda década de vida. Tendré que tomar agua en lugar de juguitos procesados, dejar de una vez por todas el cigarro, y ejercitar este trajecito que todavía aguanta mínimo otras tres décadas en óptimas condiciones, bueno, eso espero.
Garnachas:
No les digo adiós, sino hasta luego, nos vemos los fines de semana para continuar nuestro idilio, que lo sepan todos, nunca podría dejarlas para siempre.