Me habían dado todo. Era uno de los hombres más acaudalados de la región, la mujer que yo quisiera llevarme a la cama, caía como por hechizo entre mis sabanas. Y todo esto se lo debía al clan.
Pero yo tenía un número que presentar, debía cumplir mi misión hasta el final, no podía quedar mal con el clan, a menos que prefiriera perder la vida, aunque, perder la vida era lo de menos, comparado con la tortura intermedia que se acercaba cada vez que alguien desistía de continuar obediente a los lineamientos del clan.
Las deudas en el clan se cobraban puntualmente, y es por eso que yo tenía que llevar una doble vida. A pesar de que mis deseos de pasar todo mi tiempo con ella sobrepasaban mis capacidades, sabía que de abusar de su compañía la pondría en el mismísimo ojo vigilante del clan. Y de ningún modo estaba dispuesto a aceptar que ellos cobraran mis deudas con su vida.
Así que para ella, solo estaba cuando me era posible escapar del asedio de aquellos, y cada día en sus brazos valía los otros treinta sin verla.
Solo puedo pensar una y otra vez en el sol brillando sobre su cabello a contraluz. Recordando aquella tarde de la última vez que la vi. Yo, recostado sobre la cama, apenas abrí los ojos y el sol, eclipsado por la sombra de ella, esparcía suavemente unos furtivos rayos por el cuarto. Ella estaba de pie frente a mí, mostrando al exterior su espalda desnuda a través de la ventana. Una combinación de sombras danzaba sobre su rostro y solo sus ojos competían con la última luz del atardecer que la envolvía en su resplandor. Uno no podía sortear su destino una vez que se cruzaba la propia mirada con esos ojos, con la inmensidad azul de sus ojos, enmarcados casi siempre en la maraña de rojos rizos que le cubrían incluso parte de la espalda. Una hechizante combinación.
Recuerdo aun aquella noche última en nuestro lecho, la sensación de sus rizos deslizándose entre mis manos; como ríos de vino tinto derramados en las sabanas, postrados al fin sobre la cama enmarcando el pálido rostro. El olor a inciensos de la habitación, su embriagador perfume mezclado con los aromas de sus fluidos. La visión panorámica de su vientre mientras yo me bebía sus secreciones. El temblor de sus labios en el momento mismo de hacerme palpable en sus adentros, sus marinos ojos abriéndose inconmensurables en absoluta comunión con sus gemidos. Sus blancas manos aferradas a mis caderas, imponiendo el ritmo y la cadencia de mis movimientos. Su piel ardiendo desde dentro, consumiendo mis deseos. Su voz pidiendo clemencia, implorando unos segundos más de resistencia, apaciguando el ritmo feroz de mi cuerpo, prolongando a capricho nuestros placeres. La suavidad de su abrazo último, antes de cerrar los ojos y caer en un meritorio y profundo sueño. La maraña roja de rizos que deslice de su rostro para darle un último beso antes de irme.
El deseo a cada paso de regresar corriendo y quedarme a atestiguar el momento en que aquellas ojeras abrieran paso al hipnotizante azul de sus ojos. Así la recuerdo, así para siempre se grabó en mi memoria, su espalda cubierta tan solo por el rojo de sus rizos, una maliciosa sabana envolviendo sus caderas y alojada hábilmente en burdos pliegues en lo más alto del arco entre sus desnudas, suaves y largas piernas.
La última vez. La última, antes que la desgracia se apoderara de mi vida. Aun no sé como es que ella portaba la insignia del clan cuando hallaron su cadáver. No era la mía, no fue por mí que la encontraron. Ese ópalo en forma de calavera colgando de un lazo dorado, el inminente símbolo de pertenencia del clan. Cuatro días después de entregarles mi último sacrificio, ella apareció muerta. Su cuerpo mostraba señales de haber sido sometido a una tortura brutal, La encontraron desnuda en un callejón oscuro del pueblo, lo único que traía encima, además de recortes obscenos adheridos a la piel, era esa maldita piedra de ópalo en forma de calavera pendiendo de un lazo dorado. No puedo averiguar nada, sería delatarme ante ellos. Mi mente gira y gira, mi única manera de saber algo al respecto es hablando con él. Lo deje viviendo a tres casas de ella, le encargue sus cuidados, siempre me tuvo al tanto de ella. Siempre. Hasta que perdió la razón. Si él perdió la razón ante el hallazgo ¿Qué habría sido de mí al tener que presenciar esa escena desoladora de su cuerpo tirado ahí, inmóvil, sucio, roto? Es por eso únicamente que siento cierto alivio de no haber estado ahí para contemplar la ruina que de ella quedo.
He perdido todo. La única persona que he amado en mi vida no existe más, mi mejor amigo enloqueció y nada puedo hacer ya por él. El clan, que me lo dio todo, también se ha llevado todo, aun sin saberlo. Mi poder e influencias no me sirven ya de nada. Las riquezas que poseo no me satisfacen más. Esta noche el clan se reúne, al parecer una reunión extraordinaria, me lo recordaron por teléfono esta mañana. Coloco en mis manos la invitación que hace ya dos semanas reposa en mi escritorio. El lamentable estado nebuloso de mi cerebro no me había permitido pensar en nada, de pronto noto debajo del sobre de la invitación un sobre más, es del clan también, no recuerdo haberlo visto antes. Extraigo el contenido del mismo. Son fotografías de ella, está con otro hombre, esta es más clara, no puede ser, es él, mi mejor amigo. Son los dos. Se están besando. Se tocan. Se devoran uno a otro. Entran a casa de él. Mi cerebro se hunde y gira vertiginosamente, mi estomago es un abismo que arrastra el resto de mis vísceras en su interior. Las imágenes se suceden una, otra y otra vez ante mis ojos a pesar de que hacen ya varios minutos que las fotografías yacen en el piso revueltas, arrugadas algunas, otras rotas.
Mi asombro es mucho menor que mi decepción, ante mis ojos se derrumban los últimos motivos que tengo par a creer en algo. Y a pesar de todo esto debo asistir a la reunión. Me pongo de pie tambaleando, y entonces mis ojos enfocan la foto más reveladora de la serie, una que no había llamado demasiado mi atención. Tomada en el jardín frontal de casa de él. Ella esta de pie dándole la espalda mientras con una mano sujeta su cabello sobre la cabeza. En el momento exacto en que se toma la foto, él coloca alrededor de su cuello una joya. El reflejo de la luz de la lámpara de la entrada se posa sobre la joya dejándome perplejo. Es una piedra de ópalo atada a un lazo dorado, seguramente en forma de calavera.