Hace algunos años, cuando en la prepa solía hacer vida social conocí a una vieja poca madre. Amiga de las que no se dan en maceta.
Recuerdo a esta mujer como una autentica guerrera. Soportando estoicamente las alusiones que cualquier hijo de puta hiciera al tamaño de su nariz. Cuando uno es adolescente los defectos físicos suelen hacer que desees enclaustrarte de por vida en tu casa.
Las primeras veces que tuve oportunidad de conversar con ella me sorprendió su inusitada madurez, su cruda mordacidad inclinada al lado cómico de lo trágico, su manera de hablar me deslumbro por completo, despreocupada, dicharachera al más puro estilo de película cincuentera de Tin-Tan. Evoco con una sonrisa sus “simones”, sus “suavenas”, sus “vive hasta San Juan de las Pitas” sus “Sutanitos Pérez” y tantas otras frases como sacadas directamente de la Familia Burrón, pero que en su voz sonaban a lo más fresco que yo había escuchado jamás.
Aun tengo presente el primer día que tuvimos un acercamiento real de amistad, andábamos las dos con el ánimo hasta el suelo. Típico de diecisiete añera (antes no había emos), nos sentíamos solas y sin nadie que nos comprendiera (hay cosas que no cambian nunca). Aquélla tarde al verla aparecer sentí como si de repente ninguna pena fuera inconsolable. Me dijo algo que no voy a olvidar mientras siga respirando:
“Que chido que te veo, eres la única persona a la que quisiera ver en un día como este”
Confesándole que a mi me pasaba lo mismo, a partir de aquel día nos volvimos inseparables. Compartimos todas nuestras experiencias desde entonces, yo siempre había sido un poco introvertida y antisocial, pero había algo en esa mujer que no me permitía estacionar en un mood triste por demasiado tiempo, juntas éramos peor que el mismísimo demonio. Me hacían reír tanto sus extravagantes ocurrencias, y no he conocido a nadie con tan ingeniosa capacidad de poner los mejores apodos en todo el mundo. Tengo que reconocer que a partir de ella, soy otra persona, desinhibida y despreocupada, aunque ella solía asegurar que yo más bien era bien valemadres.
La primer peda que me puse fue bajo su experimentada protección. Y a pesar de que mi mal correspondido amor adolescente seguía sin pelarme siquiera, el saber que al llegar al CCH ahí estaría ella para hacerme llevadero cualquier ridículo trauma, era muchísimo más de lo que cualquiera habría podido pedir.
Jamás nos enamoramos del mismo wey, como siempre pasa en este tipo de historias, pero sus antiguas amistades y las mías conspiraban. No podían soportar el hecho de haber sido desplazadas. No sé que suerte de envidia les entro de repente, el caso es que un día me tope con el drama de que ella creía que su novio le ponía el cuerno nada menos con la que esto redacta.
No niego que me dolió, que me cayo cual patada de mula en mitad del culo saber que ella no confiaba en mi, que no tenía motivos para pensar que semejante barrabasada pudiera ser cierta. Así que hice lo único que estaba a la altura; le dije la verdad. Le dije que la única razón por la cual yo le hablaba al susodicho era porque era su novio y pasaban todo el día pegados como mueganos. Así que termino confesando que hubo quienes metieron chismes para que ella creyera esa historia, y también agregó que de cualquier manera ella sabía que yo le gustaba a su wey, y ya para cerrar con broche de oro, insinúo que incluso de ser todo cierto me habría perdonado con tal de no perder mi amistad. Así era Claudia, mi mejor amiga.
El tiempo a pasado y nos alejamos hace lo que me han parecido siglos. Trate sin éxito en más de una ocasión el volver a contactar con ella. No sé a que se debió, pero se que fue ella la que ya no quiso continuar en contacto. La verdad es que ahora eso ya no importa demasiado, difícilmente he conservado una amistad durante muchos años (la mayoría de mis amigos de verdad son hombres y todo se va a la chingada cuando se casan o encuentran pareja). Lo único cierto es que ella por millones de razones que sería incapaz de enumerar, es la persona más valiosa que he conocido en mi vida. Ha sido la única mujer con la que he llevado una amistad, que ha declarado que podría perdonar que le bajara a un novio. A cualquier hombre que lea esto no le parecerá cosa del otro mundo, pero eso es porque los hombres siempre le dan más importancia a la amistad que una mujer, a las mujeres no les puedes hacer nada peor que bajarles un galán (inclúyanse amigos gay), supongo que es su ego el que no puede reponerse de semejante madrazo.
Escribo todo esto como un merecido tributo a ella, a la persona que estuvo ahí para consolarme cuando parecía que nada podría lograrlo, al apoyo incondicional que siempre encontré en sus palabras, a las tantas penas y alegrías que compartimos.
Al sabio precepto que me acompaña siempre desde que ella me lo regalo. Sus palabras de aquella tarde van por mi vida serenándome en momentos de ofuscación:
“Vas a ver que sin tu hacer nada, las cosas van a ponerse solitas en su lugar”
Hablaba de no permitir que mis tripas dominaran mis actos, de no dejarme atrapar por un estúpido deseo de venganza.
No me importa que al final no hayas querido seguir siendo parte de mi vida Claudia, lo único que se con toda seguridad, es que siempre habrá un lugar en mis recuerdos reservado para ti. Y créeme es uno de los mejores lugares.
Gracias Claudia, gracias por existir, por aparecerte en mi vida, gracias por estar ahí siempre, aun sin estarlo en absoluto.
A veces quiero estar lejos de todo, lejos de todos, perderme en la infinita oscuridad del espacio, responder al llamado primordial de mi propia odisea espacial.
Por momentos quisiera olvidar de donde vengo, lo que ha sido mi vida todos estos años, el dolor de estar a solas y rodeada de multitud de desconocidos.
No espero más que ser capaz de olvidar lo que me ha herido, dejar ir los años amargos esperando la llegada de mi alma gemela.
Quiero ser capaz de olvidar el espesor de las tinieblas de amar y no encontrar respuestas. De no tener a quien llamar “mi amor”.
Por último me digo que es la depresión de fin de año, y que aquí no había escrito nada porque no tenía tiempo.
No dejaré de ser quien soy, ni lo deseo. Me ha costado mil tropiezos entender lo que soy y aceptar que no podría ser otra cosa.
La mente en blanco sigue siendo un enigma recurrente. No soy capaz de no pensar en nada o evadirme, ni encuentro los motivos suficientes para negarle otra oportunidad al tiempo.
La realidad me abre los ojos cada día a golpe de amargos hechos. La vida es una mierda y sin embargo, cada vez que lo analizo comprendo que hay algo más allá de lo que a simple vista puedo ver. Una serie de causas que desembocan en efectos insospechados.
Cierro de nuevo los ojos, ya no buscando la utopía, y entiendo que aun así soy parte del universo, no importa que dimensión este ocupando. Y no quiero volver sobre mis pasos buscando un pasado añorado. Tratando de volver mi corazón a Casiopea.
“Y si un día cayeras del cielo, con todo lo que implica que alguien caiga de algún lado, sacude el polvo de estrellas de tu ropa y prepárate a dar esperanza a una civilización perdida” (*)
En mis sueños siempre llegas así, cayendo lentamente al principio, pero apurando al final la estrepitosa caída.
En mis sueños, resbalo ventana abajo hasta el suelo que te recibió, te acomodo en mi regazo y te devuelvo la vida. En mi sueño supe que puedo dar vida. Entonces abres tus ojos, que no son como mis ojos. Me reflejan en la totalidad de su negra esfera, la perpetua dilatación de tus pupilas arropa mi imagen, directamente hasta tu recuerdo.
Y entonces las alucinaciones comienzan, me traslado a tu mundo sin moverme del mío. Veo el final de sus tiempos, el comienzo del éxodo, el cumplimiento de las profecías.
En mis sueños nunca logro llegar más lejos que eso. Por eso sigo durmiendo de noche y de día. Comencé a tomar esas pastillas para no dejar ir oportunidad alguna, para llegar más lejos en tu historia.
Una mañana abrí los ojos y al mirarme al espejo no pude reconocerme, es decir, era la misma cara de siempre, el mismo lunar en la sien de toda la vida, pero esas expresiones no eran mías, ni siquiera recuerdo como llegue hasta el espejo. Trate de mover un brazo, pero el cuerpo no me obedecía, seguía mirando el espejo, pero esa imagen, estoy segura, ya no era la mía. Intente bajar la vista tratando de verme los pies, pero mi cabeza se negó a girar, no sé como, pero, seguía viendo a través de mis ojos, pero no podía controlar los movimientos de ninguna parte de mi. Mi cuerpo, como un extraño, tenía voluntad propia, de algún modo que recuerdo tan vagamente que no voy a comentarlo, llegue a mi lugar de trabajo, entre a la sala de juntas del corporativo y de pronto me vi rodeada de gente que yo jamás en mi vida había visto.
No podía entender nada de lo que ahí se hablaba, ni siquiera lo que decía yo misma, solo se que contemplábamos todos una pantalla al fondo de la sala. Volví a ver las imágenes de la destrucción de tu mundo, volví a ver el éxodo en masa de mentes teletransportadas a regiones distintas del universo.
Viendo esa pantalla, pues no despegabas mis ojos de ella comencé a comprender todo. Debía tomar esas pastillas, era necesario; no podías tomar mi cuerpo mientras dormía, porque corrías el riesgo de que el tiempo de vigilia llegara y la materia que sustentaba tu esencia podría descomponerse. Ahí estaba todo, en la pantalla. El método para tomar el cuerpo de una criatura terrestre. Había que dormirlos por más de catorce horas continuas, hasta que su mente no estuviera en condiciones de mover ni un músculo debido al aletargamiento de los mismos.
Había la posibilidad de encontrar cuerpos en estas condiciones de manera espontánea, pero una vez que los tomaban resultaba muy difícil controlar la mente invadida, consumían sustancias que incapacitaban al individuo para alojar cómodamente al huésped. Lo vi con toda claridad en la pantalla, estaban por todos lados, mis vecinos, los profesores de la Universidad, el recolector de basura, las monjas, los curas, los conductores del metro, mucha gente que ya no era más gente.
Pero había algo que ellos no soportaban, que ustedes, que tu no soportas. El grito de terror de las mentes ocupadas, ese grito les es perturbador, no pueden con él, necesitan tomar más pastillas.
Había una esperanza: Aun no lograban controlarnos a todos, los principales funcionarios públicos, los artistas, las modelos, los más marginados, el crimen organizado, los poderosos, los evadidos, ellos eran inasequibles. El consumo de sustancias los hacía inutilizables para el alojamiento, no había mayor torpeza que tratar de auspiciarse en uno de ellos. Cuando estaban embotados por las drogas era imposible para el huésped dominar sus movimientos, pero era peor cuando pasaba el efecto. Esas cabezas albergaban tanto horror en sus mentes que superaban en las del huésped, y con creces, el horror del holocausto (el de su mundo).
La vuelta a la normalidad del poseso era el comienzo de la pesadilla de cualquier huésped incauto, ahora tenían la capacidad física de moverse, pero el horror en su interior no cesaba, aun no logro ni quiero entender que podían estar recordando o viviendo los poseídos para causar tal terror en su huésped y en ellos mismos. A los huéspedes los vi revolcarse enfundados en sus nuevos trajes de piel humana, retorcerse grotescamente como en un ritual antiguo. Pero no eran los únicos que sufrían, en realidad, no se alcanzaba a distinguir entre huésped y poseso. Los gritos que empezaban a salir de sus bocas eran un claro unísono de voces humanas y extranjeras.
Yo escuchaba con espanto la aterrada voz humana, pero nada me preparo para ver las muecas poco humanas que mis compañeros en la sala de juntas tenían petrificadas en sus rostros. Los gritos de los de su raza los tenían al borde de sus asientos, algunos vomitaron cuando en la pantalla vieron el proceso de descomposición del cuerpo ocupado. En cosa de segundos esos cuerpos quedaban reducidos a una masa gelatinosa cubriendo los huesos que en la transparencia temblorosa de las carnes asomaban en colores diversos en gamas entre el púrpura y el negro. Una masa deforme ausente ya de cualquier materia gris, ausente ya de cualquier invasor. Muerta en todo sentido.
Aquello fue lo último que mis ojos pudieron contemplar en la pantalla, eso, y una mano introduciendo un puñado de pastillas en mi boca. Por cierto, era mi mano.
*Fragmento de un poema escrito por quien esto narra la primera vez que se presento “el sueño”
Quiere hacer justicia ¿Para que quiere hacer justicia? Ella esta muerta ¿Qué cambiaría su justicia?
El no la amo como yo, en silencio, a deshoras. Noches enteras pensando en ella, en la manera de hacer que me mirara, pero nunca conseguí nada más que hacerla reír, y yo no quería ser un bufón, no, yo merecía mucho más, la amaba más que a nadie, mucho más la ame que a mi mismo.
La primera vez que la vi aquella tarde, mi brazo tembló al extenderle la comunión.
Y la fiebre comenzó.
No cedió hasta meses después. Cuando por fin logre ponerme en pie, averigüe lo más que pude en mi condición sobre aquella dama. No era lugareña, lo cual explicaba porque jamás antes la había visto. Venía de lejos buscando consuelo en la confesión con Monseñor, que al parecer fue su consejero desde su niñez. Esto explicaba el profundo entristecimiento de aquellos ojos, tenía una pena enorme según se rumoro por todo el pueblo, lo cual daba sentido a su negra vestimenta. Estaba obsesionado con encontrarla, la fiebre había cedido, pero, por las noches, escalofríos recorriendo mi cuerpo me fueron convenciendo que no había más remedio, tenía que abandonar los hábitos, tenía que encontrarla antes que mi razón se desvaneciera.
No bien llegué a la población donde habitaba, me relacione en las altas esferas en las que ella se movía. Aprovechando mi falsa condición de sobrino de Monseñor, no me fue difícil relacionarme con ella, perseguirla, asediarla incluso, contando con las cómplices ausencias de su marido, que se alejaba con frecuencia de la ciudad.
La ame más, si se puede, después de conocerla, apreciar tan de cerca su pálido rostro, las finas manos, y aquellos ojos de un azul que perturbaba. Pero nada comparable a su cabello, de un rojo enceguecedor, rojo como el fuego cuando el brillo del atardecer se posaba sobre él. Señor, jamás mis ojos habían contemplado semejante maravilla terrena.
Mi obsesión por ella fue creciendo, la seguía, la espiaba, la vi desnuda en el río tomando un baño, sentí mis venas golpeteando la piel, el cuerpo duro ante la visión de su piel mojada, brillante. Apunto estuve de salir de mi escondite y arrojar mi deseo sobre ella como un buitre. Eso me asusto, antes de ser un hombre santo, jamás había sentido estas cosas, dormí un par de veces con una vecina, mas por insistencia suya que por propia voluntad, pero era gorda y tenía la piel flacida. Pero no existe nada que hubiera podido preparar mi mente para su presencia desnuda, para su mojado cabello, y esa fragancia que a pesar de la distancia llegaba hasta mí. Para el delirio de verla chapoteando entre las aguas.
Desde entonces mis dementes sentimientos fueron intensificados. Le había adjudicado mayor perfección que a una virgen, no había nada que a mis ojos manchara su imagen. Nada que la igualara a las demás impuras mujeres que yo había conocido. Ella era el más alto de mis objetos de culto, su voz me producía visiones de nuestros cuerpos desnudos rodando entre la hierba, cayendo abrazados al río, derramando en sus aguas las nuestras.
Estaba perdido.
Y aquella maldita noche. Ya no debía estar rondando su casa, era pasado ya el tiempo en el que yo solía retirarme, dejarla descansar después de ver su cuerpo desnudo a mi antojo durante el cambio de ropa de dormir. Por no sé que razón seguí apostado en la penumbra por no se cuanto tiempo. De pronto de la nada y sin luces de por medio, una figura esbelta con la cabeza cubierta, se abrió paso en la oscuridad. Era ella. La seguridad con la que hacía el recorrido de la entrada de su casa a la reja de salida delataba una costumbre en su andar nocturno. Oculto entre los arbustos, paso a mi lado sin verme, calándose el capuchón de su abrigo.
Y yo la seguí ¿Qué tenía que estar pasando para que ella abandonara con tanta cautela la seguridad de su hogar a mitad de la noche? No tarde mucho en averiguarlo, solo a unas cuantas casas de la suya detuvo su paso ante una reja con jardín, entro sin llaves, sin tocar, la puerta abierta la esperaba. Por entre la reja pude ver con el corazón retumbando entre mis costillas la dolorosa escena. Un hombre apareció entre las tinieblas; sin saludos previos se trenzaron en un abrazo total de sus cuerpos, rodaron por el pasto del jardín con las manos freneticas revelando sus ansiedades. Después de tal bienvenida se incorporaron y entraron en la casa. Espere afuera hasta casi el amanecer. La vi salir envuelta en su abrigo, el hizo ceder la capucha hacia atrás dejando a merced de la brisa su desordenada maraña de rojos cabellos; le colgó al cuello una suerte de piedra atada a un lazo dorado y mientras se besaban volvió a cubrirle la frente.
Camine calle abajo sin rumbo mientras ella se alejaba por el lado contrario en dirección a su casa. Mi Dios se había derrumbado, mi vida no tenía más sentido.
Justicia... él quiere justicia. Ella esta muerta. Fue torturada cruelmente. Su cuerpo fue hallado por su amante hace dos noches. Y él... quiere justicia. Ella esta muerta, rota y descompuesta. Eso es justicia