Cada vez que miro el reloj parece retrasarse dos minutos, estoy a media hora de salir de aquí, con rumbo a nuestra más aplazada cita. Los pensamientos perversos emanan de entre mis neuronas.
Los minutos se resisten a avanzar, el corazón casi derriba al tórax, como queriendo adelantarse al cuerpo, y llegar con anticipación al lugar indicado, el frío se intensifica en mi cuerpo, las manos están heladas y se niegan a moverse.
Mi estomago es un abismo insondable, un remolino de sensaciones expectantes, mi cuerpo aclama el tuyo anticipado, se abre incontrolable antes de tiempo.
Mi mente evoca tu cuerpo desnudo, evoca mis manos sintiendo tu dureza, evoca tus besos y mis sensaciones, la piel humedecida por mi lengua, tus ojos sobre mi cuerpo, mi cuerpo sobre tu cama, tu cuerpo sobre mi cuerpo.
El tiempo se regresa nuevamente, y lo miro avanzar con paso lento. Solo faltan dos horas hace cuatro.
Por fin el momento llega, te veo aparecer desde lejos con el aullido de mi corazón amortiguado por el tráfico de la avenida. Subo al auto, nos besamos, la pregunta que me haces tiene una respuesta afirmativa desde que apareciste en mi vida, avanzamos por la calle, aprovecho el avanzar lento de los autos para besuquearte cada vez que bajas la velocidad. Bajamos del auto que has dejado aparcado, pagas la cuota por nuestro pase al cielo, subir de tu mano las escaleras, girar por un pasillo, y de pronto, cruzamos las puertas que nos han separado de la intimidad hace siglos.
Tu lluvia de besos cae como una bendición, como un zarpazo de tigre en mi corazón. A partir de este momento, lo que resta se cuenta solo entre tú y yo, en una batalla a la antigua, sin armaduras ni escudos, solo nuestras armas afiladas, las uñas, los dientes, la lengua, los brazos y piernas, encontrándose entre todos ellos en una maraña de sensaciones presentes en nuestros vientres. En total comunión.