Quiere hacer justicia ¿Para que quiere hacer justicia? Ella esta muerta ¿Qué cambiaría su justicia?
El no la amo como yo, en silencio, a deshoras. Noches enteras pensando en ella, en la manera de hacer que me mirara, pero nunca conseguí nada más que hacerla reír, y yo no quería ser un bufón, no, yo merecía mucho más, la amaba más que a nadie, mucho más la ame que a mi mismo.
La primera vez que la vi aquella tarde, mi brazo tembló al extenderle la comunión.
Y la fiebre comenzó.
No cedió hasta meses después. Cuando por fin logre ponerme en pie, averigüe lo más que pude en mi condición sobre aquella dama. No era lugareña, lo cual explicaba porque jamás antes la había visto. Venía de lejos buscando consuelo en la confesión con Monseñor, que al parecer fue su consejero desde su niñez. Esto explicaba el profundo entristecimiento de aquellos ojos, tenía una pena enorme según se rumoro por todo el pueblo, lo cual daba sentido a su negra vestimenta. Estaba obsesionado con encontrarla, la fiebre había cedido, pero, por las noches, escalofríos recorriendo mi cuerpo me fueron convenciendo que no había más remedio, tenía que abandonar los hábitos, tenía que encontrarla antes que mi razón se desvaneciera.
No bien llegué a la población donde habitaba, me relacione en las altas esferas en las que ella se movía. Aprovechando mi falsa condición de sobrino de Monseñor, no me fue difícil relacionarme con ella, perseguirla, asediarla incluso, contando con las cómplices ausencias de su marido, que se alejaba con frecuencia de la ciudad.
La ame más, si se puede, después de conocerla, apreciar tan de cerca su pálido rostro, las finas manos, y aquellos ojos de un azul que perturbaba. Pero nada comparable a su cabello, de un rojo enceguecedor, rojo como el fuego cuando el brillo del atardecer se posaba sobre él. Señor, jamás mis ojos habían contemplado semejante maravilla terrena.
Mi obsesión por ella fue creciendo, la seguía, la espiaba, la vi desnuda en el río tomando un baño, sentí mis venas golpeteando la piel, el cuerpo duro ante la visión de su piel mojada, brillante. Apunto estuve de salir de mi escondite y arrojar mi deseo sobre ella como un buitre. Eso me asusto, antes de ser un hombre santo, jamás había sentido estas cosas, dormí un par de veces con una vecina, mas por insistencia suya que por propia voluntad, pero era gorda y tenía la piel flacida. Pero no existe nada que hubiera podido preparar mi mente para su presencia desnuda, para su mojado cabello, y esa fragancia que a pesar de la distancia llegaba hasta mí. Para el delirio de verla chapoteando entre las aguas.
Desde entonces mis dementes sentimientos fueron intensificados. Le había adjudicado mayor perfección que a una virgen, no había nada que a mis ojos manchara su imagen. Nada que la igualara a las demás impuras mujeres que yo había conocido. Ella era el más alto de mis objetos de culto, su voz me producía visiones de nuestros cuerpos desnudos rodando entre la hierba, cayendo abrazados al río, derramando en sus aguas las nuestras.
Estaba perdido.
Y aquella maldita noche. Ya no debía estar rondando su casa, era pasado ya el tiempo en el que yo solía retirarme, dejarla descansar después de ver su cuerpo desnudo a mi antojo durante el cambio de ropa de dormir. Por no sé que razón seguí apostado en la penumbra por no se cuanto tiempo. De pronto de la nada y sin luces de por medio, una figura esbelta con la cabeza cubierta, se abrió paso en la oscuridad. Era ella. La seguridad con la que hacía el recorrido de la entrada de su casa a la reja de salida delataba una costumbre en su andar nocturno. Oculto entre los arbustos, paso a mi lado sin verme, calándose el capuchón de su abrigo.
Y yo la seguí ¿Qué tenía que estar pasando para que ella abandonara con tanta cautela la seguridad de su hogar a mitad de la noche? No tarde mucho en averiguarlo, solo a unas cuantas casas de la suya detuvo su paso ante una reja con jardín, entro sin llaves, sin tocar, la puerta abierta la esperaba. Por entre la reja pude ver con el corazón retumbando entre mis costillas la dolorosa escena. Un hombre apareció entre las tinieblas; sin saludos previos se trenzaron en un abrazo total de sus cuerpos, rodaron por el pasto del jardín con las manos freneticas revelando sus ansiedades. Después de tal bienvenida se incorporaron y entraron en la casa. Espere afuera hasta casi el amanecer. La vi salir envuelta en su abrigo, el hizo ceder la capucha hacia atrás dejando a merced de la brisa su desordenada maraña de rojos cabellos; le colgó al cuello una suerte de piedra atada a un lazo dorado y mientras se besaban volvió a cubrirle la frente.
Camine calle abajo sin rumbo mientras ella se alejaba por el lado contrario en dirección a su casa. Mi Dios se había derrumbado, mi vida no tenía más sentido.
Justicia... él quiere justicia. Ella esta muerta. Fue torturada cruelmente. Su cuerpo fue hallado por su amante hace dos noches. Y él... quiere justicia. Ella esta muerta, rota y descompuesta. Eso es justicia
El no la amo como yo, en silencio, a deshoras. Noches enteras pensando en ella, en la manera de hacer que me mirara, pero nunca conseguí nada más que hacerla reír, y yo no quería ser un bufón, no, yo merecía mucho más, la amaba más que a nadie, mucho más la ame que a mi mismo.
La primera vez que la vi aquella tarde, mi brazo tembló al extenderle la comunión.
Y la fiebre comenzó.
No cedió hasta meses después. Cuando por fin logre ponerme en pie, averigüe lo más que pude en mi condición sobre aquella dama. No era lugareña, lo cual explicaba porque jamás antes la había visto. Venía de lejos buscando consuelo en la confesión con Monseñor, que al parecer fue su consejero desde su niñez. Esto explicaba el profundo entristecimiento de aquellos ojos, tenía una pena enorme según se rumoro por todo el pueblo, lo cual daba sentido a su negra vestimenta. Estaba obsesionado con encontrarla, la fiebre había cedido, pero, por las noches, escalofríos recorriendo mi cuerpo me fueron convenciendo que no había más remedio, tenía que abandonar los hábitos, tenía que encontrarla antes que mi razón se desvaneciera.
No bien llegué a la población donde habitaba, me relacione en las altas esferas en las que ella se movía. Aprovechando mi falsa condición de sobrino de Monseñor, no me fue difícil relacionarme con ella, perseguirla, asediarla incluso, contando con las cómplices ausencias de su marido, que se alejaba con frecuencia de la ciudad.
La ame más, si se puede, después de conocerla, apreciar tan de cerca su pálido rostro, las finas manos, y aquellos ojos de un azul que perturbaba. Pero nada comparable a su cabello, de un rojo enceguecedor, rojo como el fuego cuando el brillo del atardecer se posaba sobre él. Señor, jamás mis ojos habían contemplado semejante maravilla terrena.
Mi obsesión por ella fue creciendo, la seguía, la espiaba, la vi desnuda en el río tomando un baño, sentí mis venas golpeteando la piel, el cuerpo duro ante la visión de su piel mojada, brillante. Apunto estuve de salir de mi escondite y arrojar mi deseo sobre ella como un buitre. Eso me asusto, antes de ser un hombre santo, jamás había sentido estas cosas, dormí un par de veces con una vecina, mas por insistencia suya que por propia voluntad, pero era gorda y tenía la piel flacida. Pero no existe nada que hubiera podido preparar mi mente para su presencia desnuda, para su mojado cabello, y esa fragancia que a pesar de la distancia llegaba hasta mí. Para el delirio de verla chapoteando entre las aguas.
Desde entonces mis dementes sentimientos fueron intensificados. Le había adjudicado mayor perfección que a una virgen, no había nada que a mis ojos manchara su imagen. Nada que la igualara a las demás impuras mujeres que yo había conocido. Ella era el más alto de mis objetos de culto, su voz me producía visiones de nuestros cuerpos desnudos rodando entre la hierba, cayendo abrazados al río, derramando en sus aguas las nuestras.
Estaba perdido.
Y aquella maldita noche. Ya no debía estar rondando su casa, era pasado ya el tiempo en el que yo solía retirarme, dejarla descansar después de ver su cuerpo desnudo a mi antojo durante el cambio de ropa de dormir. Por no sé que razón seguí apostado en la penumbra por no se cuanto tiempo. De pronto de la nada y sin luces de por medio, una figura esbelta con la cabeza cubierta, se abrió paso en la oscuridad. Era ella. La seguridad con la que hacía el recorrido de la entrada de su casa a la reja de salida delataba una costumbre en su andar nocturno. Oculto entre los arbustos, paso a mi lado sin verme, calándose el capuchón de su abrigo.
Y yo la seguí ¿Qué tenía que estar pasando para que ella abandonara con tanta cautela la seguridad de su hogar a mitad de la noche? No tarde mucho en averiguarlo, solo a unas cuantas casas de la suya detuvo su paso ante una reja con jardín, entro sin llaves, sin tocar, la puerta abierta la esperaba. Por entre la reja pude ver con el corazón retumbando entre mis costillas la dolorosa escena. Un hombre apareció entre las tinieblas; sin saludos previos se trenzaron en un abrazo total de sus cuerpos, rodaron por el pasto del jardín con las manos freneticas revelando sus ansiedades. Después de tal bienvenida se incorporaron y entraron en la casa. Espere afuera hasta casi el amanecer. La vi salir envuelta en su abrigo, el hizo ceder la capucha hacia atrás dejando a merced de la brisa su desordenada maraña de rojos cabellos; le colgó al cuello una suerte de piedra atada a un lazo dorado y mientras se besaban volvió a cubrirle la frente.
Camine calle abajo sin rumbo mientras ella se alejaba por el lado contrario en dirección a su casa. Mi Dios se había derrumbado, mi vida no tenía más sentido.
Justicia... él quiere justicia. Ella esta muerta. Fue torturada cruelmente. Su cuerpo fue hallado por su amante hace dos noches. Y él... quiere justicia. Ella esta muerta, rota y descompuesta. Eso es justicia