Por puro pinche coraje, entre a ver cuanto pagan en España por llenarse las orejotas de Andrés Calamaro. No voy a pagar 1, 100 del águila por verlo lo más cerca posible, pero, mucho menos pagaré 280 por verlo al tamaño de una hormiga en los palomares del Auditorio Nacional, mientras en la madre patria la entrada general es de 23 euros (algo así como 390 pinchis pesos devaluados).
El pedo de que un artista se presente en el auditorio, es que los organizadores son los ganones, pues según lo que entiendo del negocio, los artistas cobran por presentación. Así que cuando viene un artista digamos Internacional, pero especialmente en el caso de Calamaro, se sabe de sobra que va a llenar un lugar más grande, y como solo dará conciertos en dos ciudades (La del Tequila y la de las Tunas) a huevo que los fans de corazón van a ir, ni modo de esperar a ver si luego regresa (que tal si se nos muere de una sobredosis). Entonces los organizadores piensan: estos cabrones pagaran lo que sea por ver a ese pendejo (esos cabrones no respetan al artista), así que nos dejan caer las entradas en tres botes de leche y cuatro bolsas de pañales de la Vale, más la propina del cerillo y el taxi de regreso a mi casa.
No estoy diciendo que en otras condiciones no pagaría lo propio por ver a un cabrón que me ha sacado involuntarias lágrimas, y que por primera vez se da un roll por estas tierras. Pero como ando más quebrada que un cacahuate en piñata decembrina, voy a tener que conformarme con seguir escuchando en mi reproductor mp3 al autor de unas rolas que hace años me han dado los mejores sound tracks de mis tragedias sentimentales, o que me han sacado los huevos suficientes para mandar al diablo a algún que otro patán, o mejor aun, que me han consolado en esas noches en las que la soledad amenaza con agenciarme con una depresión de dimensiones considerables.
El caso es que sé con toda seguridad dos cosas, uno, que no voy a poder asistir a ver el tan esperado concierto, y dos, que después de llenar un auditorio, no va a venir de nuevo para girarla por localillos y antruchos en los que uno decentemente paga trescientos varos, por estar a toda madre bien cerquita del artista, tomándose unas chelitas, bautizadas, si quieres, pero, en un ambiente más cercano y calido.
Yo lo que digo es, si yo pagará esos 1,100, y supiera que no son para llenar un pinche bolsillo de organizadores sin respeto por los espectadores que les están manteniendo el negocio, con gusto los pagaría. Pero tristemente no es así, por eso luego vienen artistas dizque muy chingones que normalmente traen unos shows poca madre, y aquí presentan sus conciertos sin mayores pretenciones que las que tiene un músico del metro, es decir, no presentan el show que dan en Alemania u otro país de primer mundo, no señor, vienen aquí, y ponen tres mendigos foquitos rojos, dos azules y cuatro amarillos, y uno sale feliz, porque al final pues tu vas a escuchar música, pero, ¿acaso es algo justo? Y encima pagamos más que aquellos.
Por el momento no me queda más remedio que seguir chillando.¡pues que otra!. Pero lo que no quiero es dejar pasar la oportunidad de poner esta rolita del aludido músico argentino que tantos suspiros (míos por supuesto) ha levantado.
El pedo de que un artista se presente en el auditorio, es que los organizadores son los ganones, pues según lo que entiendo del negocio, los artistas cobran por presentación. Así que cuando viene un artista digamos Internacional, pero especialmente en el caso de Calamaro, se sabe de sobra que va a llenar un lugar más grande, y como solo dará conciertos en dos ciudades (La del Tequila y la de las Tunas) a huevo que los fans de corazón van a ir, ni modo de esperar a ver si luego regresa (que tal si se nos muere de una sobredosis). Entonces los organizadores piensan: estos cabrones pagaran lo que sea por ver a ese pendejo (esos cabrones no respetan al artista), así que nos dejan caer las entradas en tres botes de leche y cuatro bolsas de pañales de la Vale, más la propina del cerillo y el taxi de regreso a mi casa.
No estoy diciendo que en otras condiciones no pagaría lo propio por ver a un cabrón que me ha sacado involuntarias lágrimas, y que por primera vez se da un roll por estas tierras. Pero como ando más quebrada que un cacahuate en piñata decembrina, voy a tener que conformarme con seguir escuchando en mi reproductor mp3 al autor de unas rolas que hace años me han dado los mejores sound tracks de mis tragedias sentimentales, o que me han sacado los huevos suficientes para mandar al diablo a algún que otro patán, o mejor aun, que me han consolado en esas noches en las que la soledad amenaza con agenciarme con una depresión de dimensiones considerables.
El caso es que sé con toda seguridad dos cosas, uno, que no voy a poder asistir a ver el tan esperado concierto, y dos, que después de llenar un auditorio, no va a venir de nuevo para girarla por localillos y antruchos en los que uno decentemente paga trescientos varos, por estar a toda madre bien cerquita del artista, tomándose unas chelitas, bautizadas, si quieres, pero, en un ambiente más cercano y calido.
Yo lo que digo es, si yo pagará esos 1,100, y supiera que no son para llenar un pinche bolsillo de organizadores sin respeto por los espectadores que les están manteniendo el negocio, con gusto los pagaría. Pero tristemente no es así, por eso luego vienen artistas dizque muy chingones que normalmente traen unos shows poca madre, y aquí presentan sus conciertos sin mayores pretenciones que las que tiene un músico del metro, es decir, no presentan el show que dan en Alemania u otro país de primer mundo, no señor, vienen aquí, y ponen tres mendigos foquitos rojos, dos azules y cuatro amarillos, y uno sale feliz, porque al final pues tu vas a escuchar música, pero, ¿acaso es algo justo? Y encima pagamos más que aquellos.
Por el momento no me queda más remedio que seguir chillando.¡pues que otra!. Pero lo que no quiero es dejar pasar la oportunidad de poner esta rolita del aludido músico argentino que tantos suspiros (míos por supuesto) ha levantado.