-Un asesino que se precie de serlo siempre deja su sello de autor, un modo de identificarse que deje claro quien perpetro el hecho.
-Si te comprendo, yo no tuve tiempo de matar a esa zorra, pero buena marca le habría yo dejado, para que nadie olvidara quien la mando al otro mundo.
Sin querer, saliendo de cobrar un trabajo, escucho a este par de estúpidos. Por eso los encuentran tarde o temprano. A mi no me interesa ser reconocido, lo único importante es tener clientes exclusivos que paguen lo que vale una vida, que sepan el significado de mancharse las manos, que lo tengan lo suficientemente claro como para preferir pagar por el trabajito.
Diez años de carrera y este imbecilazo hablando de sus asesinatos por placer, que pena me da, es un enfermo con carencias afectivas que no hace más que tratar de llenar los huecos que una apestosa infancia en las barrancas le dejo. ¡Matar por placer, que animal!
El oficio de asesino es bien remunerado, cuando se hace bien, perfeccionando los huecos, acrecentando la discreción del cliente, moviéndote en los más apretados círculos de poder, actuar con absoluta cautela, con el control absoluto, con el conocimiento total de la rutina de la victima en tu poder.
Siempre me asegure de eso sobre todo, los expedientes llegaban a mi correo electrónico con la prontitud y el recato necesario para tener a disposición la información crucial para llevar a cabo con eficiencia la encomienda en turno. Nunca un retraso, nunca una falla, los resultados me recomendaban. Clientes no faltaban y ahora que poseía una buena cantidad de cuentas fuera del país, de esas que no pagan impuestos, no había ninguna razón para no retirarme. Siempre dije que a los colegas de oficio los pudre la ambición o los vicios. Yo no tenía ninguno de los dos. Un perfecto control de mis emociones me había llevado a tomar la vida con calma, después de todo es más fácil buscar cola que pisar a las personas que aparentan tener demasiados lujos. Por el contrario, discreción es mi segundo nombre.
Saber que hay alguien esperándome para compartir mi vida después de este estercolero, olvidar el pasado y recomenzar. No he buscado a una mujer de esas que te vuelan la cabeza, con curvas que no te alcanza para pagar ni con todos los sacrificios a los dioses aztecas. Sol, su sobrenombre corto es el que mejor le va, Soledad es una contradicción en si misma. Su risa es alta, no escandalosa, alta y sincera, una risa que abre surcos en mi corazón, estrías que atestiguan que aún sigo siendo humano. Sus ojos café guardan secretos de un pasado amargo, el mismo que hace ese misterio en su mirada. Y cuando habla, de su boca se derrama un suave gozo de sonidos que disipan mis temores, que me ofrecen expectativas. No es mi Sol, porque nadie en su sano juicio desearía cuartar sus libertades, pero es un sol derramando a voluntad sobre la miseria que había sido mi vida. Ella espera al otro lado, cuando todo esto termine. Una vez que revise este correo y obtenga el dossier de mi próximo trabajo estaré a unos cuantos pasos del retiro. Seguramente un pájaro de cuenta, como de costumbre, gente que se ha pasado de lista con otra. Venganzas entre hermanos, mujeres que engañan a peces gordos, sicarios de poca monta, policías sirviendo a dos amos, prostitutas con iniciativa, la lista es larga y prefiero revisar el expediente.
Pero, hay un error obviamente, debe ser alguien con el mismo nombre, eso es común en un país como México. Reviso bien el nombre del archivo, y si, es exactamente el mismo. Se hace una eternidad la descarga del documento, me hierve un espeso fluido en la lengua, tomo un vaso con agua, el estomago se siente como un abismo en etapa de crecimiento, y la sudoración de axilas y palmas de las manos está por volverme loco. Por fin se abre el documento, el típico dossier con una enorme foto del rostro de la futura victima de frente y a toda pantalla. El rostro me mira con melancolía desde la pantalla, esos ojos café se ciernen sobre mí con una siniestra certeza. Leo el expediente con el corazón perturbándome las sienes en un golpeteo infernal. Es bastante extenso, si fuera una novela policiaca, me pondría en perfecta intriga por saber el desenlace. Sin embargo, así no es. Hace ya un rato, tengo la vista nublada, pero no puedo dejar de leer el grueso rosario de cuentas pendientes de ésta blanca paloma. Honor hace a su nombre, con las cuentas que debe, ha dejado huérfana a media ciudad. Se eclipsa en mi interior mi visión a futuro, se eclipsa como ese sol que acaba de extinguirse ante mis ojos. Tal vez debí retirarme un trabajo antes, pero este cliente insistió en que fuera yo quien llevara a cabo el trabajo. Vuelvo a leer el nombre que había sido contradicción hace unos minutos. Soledad Santiago Pérez. La mujer que, de acuerdo a su expediente, por lo menos su cabeza, ahora vale más que todos los sacrificios a los dioses aztecas.
Que ganas de tener sello de autor.
4 comentarios:
a veces habria quepasar desapercibido... o tener una marca distintiva segun sea el caso... obvio que cambia el rol
los asesinos a sueldo.. no son una especie muy comun... a menos que claro nunca sepas que el colega que tienes a lado tiene otro trabajo...
La discreción es lo que a uno aveces lo mantiene con vida... incluso en los trabajillos mas mediocres, asi como en aquellos en los que la violencia es el pan de cada día. Pero el hombre por naturaleza le gusta sentirse superior y que le teman, ahi se pierde la discreción y lo cambian por presunción... u_u
(estupida presunción)
el remate del escenario! lo amé.
Excelente cuento! aunque debo confesar que de algún modo me diste pistas para sospechar que el dossier final sería de Soledad... Apenas una pequeña insinuación al cliente que "insistió" en que el protagonista llevara a cabo la ejecución, nos hace pensar en algo más, algo por debajo de lo evidente. Lo mandan a matarla no para acabar con la vida de ella, sino con la del propio asesino... Sutil y hermosa ironía.
Un abrazo Kiddo!
J.
P.S. Espero que no estés pensando en "eliminar" a nadie próximamente...
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