Mostrando las entradas con la etiqueta Horror. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Horror. Mostrar todas las entradas

10.9.10

You don’t need poltergeist for psyching.

Abres los ojos y encuentras que no eres nada, tratas de moverte calculando un objetivo y te parece observar la estela de tus movimientos. Y sin embargo sabes que no te estás moviendo, que es una ilusión. Estás ahí postrado inmóvil, con los ojos cerrados. Te invade un morbo fantástico cuando comprendes que te encuentras otra vez bajo su peso, bajo su influjo, pero la angustia supera toda expectativa. Normalmente no deseas levantarte de la estéril comodidad de tu lecho, pero bajo esta sombra opresora quisieras correr ahora como nunca lo habías hecho antes. Pero el cuerpo y el cerebro no conectan, son dos partes de un todo, pero separadas. Mueres por gritar y pedir ayuda, pero no pasa nada, de tu boca no sale sonido alguno, estas ahí atrapado bajo ese peso que no te permite moverte, con los ojos cerrados y sin embargo viendo todo alrededor como si estuvieran abiertos.

El viene acá algunas mañanas, toma posesión de tu cuerpo y tú lo recibes porque no tienes alternativa. Nunca sabrás porque lo hace, no parece haber un objetivo en ello, solo permanece ahí unos instantes que a ti se te hacen eternidad. Te preguntas ¿qué sentirá, si sentirá que es como estar vivo otra vez, aunque solo sea por un momento? El misterio no será develado, no mientras aun sigas con vida. También esperarías comprender porque te eligió a ti y no a otro, pero eso es un asunto aun más complicado.

Y una mañana irá más lejos, sentirás como el peso del bulto se sube a tu cama, acto seguido no podrás mover un músculo, pero no solo eso, sus manos con claridad se están cerrando sobre tu boca y nariz, en tu mente estás gritando, pero tu cuerpo no hace nada, es un bulto también, como él, y por ello, todo este asunto, pierde aun más el sentido. Logras emitir un quejido, gutural, pero audible, eso parece tomarlo por sorpresa, alguien afuera te escucha y viene a despertarte, dice que seguro tenías pesadillas. Tu estás temblando, tus brazos están gélidos y la piel de gallina expone el espanto por el que has pasado, pero no dirás nada. Piensas en esa sensación de estar cautivo dentro de tu propio cuerpo, en la angustiante sensación de impotencia por no poder apartar ese peso de ti; siempre has buscado solución a todos tus problemas tratando de no importunara a nadie, y ésta no será la excepción. En tu mente se amasijan ideas que van tomando forma, “Ya verá este infeliz cuando regrese”, amenazas tácitamente.

Recopilarás esos volúmenes de yoga, metafísica, meditación trascendental y otros temas parecidos. Como buen mexicano, no los leerás en su totalidad. Tus investigaciones solo se centrarán en lo que tienes en mente. Ejercicios que te inventas buscando el dominio del viaje astral, vas a ejecutar en tiempos libres. El esperado día no está marcado, será capricho suyo, como siempre, pero tú crees estar en la vanguardia, no duermes por imaginar tus planes, quieres comprobar que pasará lo que piensas, quieres probar tus teorías, tienes la certeza en ellas, tu plan parecería no tener fallas.

 Por fin el sueño vence tus ensueños, y dormido, te toma por sorpresa; pero tu que conoces sus andanzas, tomas cuenta del riesgo, en el momento que su peso te domina, realizas lo que sabes que no espera, sales de ti, y es cierto, lo has logrado. Te miras a ti mismo desde arriba sonriendo satisfecho, por fin sabrás que pasa con aquel infeliz después de tu treta. El abre tus ojos despierta, se incorpora, y entonces, hace lo que menos te habías imaginado. Sonríe, sonríe con tu boca, se incorpora y enciende las luces, se mira tu rostro al espejo y su risa es ahora más insultante para ti. Ahora su risa es una carcajada, una carcajada que tu has escuchado miles de veces, pero no de la misma forma. Tratas de volver a tu cuerpo, pero solo consigues atravesarlo como si de una finísima cortina se tratase. Y de golpe te das cuenta lo que pasa.

 Trataras de recuperar tu cuerpo, una, todas las veces que puedas, pero ya sabes lo que pasará, a partir de ahora, serás consciente de lo que esto se trata. Sabes que tendrás que esperar a que duerma, para que puedas volver a tomar posesión de tu cuerpo, sabes que en cuanto logre despertar, te habrá vencido, conoces a la perfección la rutina, sabes exactamente que sentirá él, cuando subas a tu cuerpo. Estás consciente de que se sentirá enjaulado entre tu cuerpo, que no podrá mover un dedo, que tu estarás ahí al asecho. Sabes muy bien, que ahora tú, eres el bulto.
 



23.6.10

Because you're mine

El silencio acumulado de semanas pesa como un bulto de cemento. Hace apenas unas horas una nota escrita guardada en un bolsillo abrió mil posibilidades. Si hubiera un recuerdo exacto del momento, serían unos ojos furiosos plasmados a media plana en una viñeta cruzada de un cómic, del otro lado esta la línea escrita: “Tenemos algo pendiente en el Lusitania a las doce este jueves”.

Ni bien leí Lusitania, se me vino el mundo encima. Un motel de paso con un nombre ridículamente pomposo al sur de la ciudad, tristemente recordé que ahí solíamos ir antes de irnos a vivir juntos. Recordar aquello no hizo más que sentir el aguijoneo de los celos en mi corazón, mi estomago giraba apunto de la nausea. Dos días de observarte a hurtadillas sondeando tu actitud, sonriéndote falsamente, aparentando, para mermar sospecha alguna, en fin “actuando natural”.

Una vez tomada la resolución final, no me costo ningún trabajo averiguar en que habitación resolverías tu pendiente del jueves, ni tampoco tuve ninguna duda sobre el lado del meridiano de esas doce de las que la nota hablaba. No es fácil olvidar el seudónimo que siempre usabas para nuestras citas clandestinas, ni tampoco reconocer que por pasar un día entero de placeres carnales eras capaz sin problemas de reportarte enfermo al trabajo. No había un solo rastro de originalidad en tus actos, eras simplemente tu, actuando como tu mismo. Hasta acerté al conocer de antemano que ahorrarías lo del room service llevando tus propias viandas, que, sin el menor reparo tomaste de la alacena.

Hace dos horas que espero en la habitación junto a la tuya la llegada triunfal del hombre que hasta ayer era mío y la mujer con la que ahora prefiere compartir sus tardes en el Lusitania. No puedo evitar parodiarme a mi misma recordando esa canción naquísima de Pimpinela: “Yo le doy mi lugar, que recoja tu mesa que lave tu ropa y todas tus miserias” No es que creyera que eras un verdadero santo, ni que llegado algún momento de nuestra relación no buscarías otras distracciones, pero hace apenas cuatro meses que estamos viviendo juntos, no es el tiempo que yo tenía pensado que esto duraría.

¿Qué hago con las frases tele-noveleras que tengo atoradas en la garganta desde el martes? Yo que detesto lo cursi, ahora hago de detective acechando al infiel. Nunca pensé verme en esta situación. Yo, que me reía de tu esposa cuando me contabas que una vez trató de intervenir el teléfono, pensando inocentemente que yo te llamaba a tu casa. Y aquí estoy hospedada en el Lusitania, ignorando si es más el celo que la curiosidad por ver quien te ha hecho en tan poco tiempo volver a bajarte los pantalones en un cuarto de hotel. Mi reloj indica que ya son las doce, debes como mucho estar afuera esperando a tu amante, en unos minutos se abrirá la puerta de la habitación contigua. Mi puerta estratégicamente abierta permite que en la luna de este cuarto se refleje la entrada del tuyo, vista desde la penumbra en que me encuentro la panorámica no podría ser mejor, tengo acceso a lo que ocurre afuera desde el fondo del pasillo que ahora mismo estas doblando en esta dirección, mis puños se cierran con tal fuerza que las uñas abren llagas en mis manos. En un arranque de pavor cierro la puerta antes que el misterio sea develado, y me pregunto si en verdad quiero saber tanto. Justo en ese momento la puerta de al lado se abre y escucho tu voz instar a apresurarse a tu acompañante. Recargada en cuclillas tras mi puerta escucho una risa, mi estomago da un vuelco al reconocer esa vocecilla de la que tanto hiciera mofa muchas ocasiones. No parece ser real lo que me ocurre, no parece haber lógica en los sucesos. ¿Para qué dejaste a esa mujer por venirte a vivir conmigo si al final sigues viéndote con ella? La respuesta es inmediatamente contestada del otro lado del muro. La has llamado Isabel. Eres un desgraciado. Había oído decir que la madre de tu ex era idéntica a ella, pero esa voz, es la misma voz chillona que me contesto aquel sábado que me dijiste que tu mujer te obligo a acostarte con ella por última vez antes de acceder a firmarte el divorcio.

No necesito más aclaraciones, siempre ha sido ella. Yo solo fui un pretexto en tu vida para dejar por fin a aquella otra. Pero Isabel exige, del otro lado de la pared la escucho con esa voz que ahora lejos de parecerme estúpida, me suena increíblemente sensual. Su voz exige mientras jadea, no hay duda quien manda allá del otro lado. Ella ya se encargo de su hija, es tu turno de quitarme a mi del camino. Isabel y sus sensuales jadeos dejan bien claro lo que quieren, la cabeza de la que al lado escucha sin  saberlo Isabel ni tú. Ella ha matado ya  a su hija (y yo no lo sabía), lo dice entre incitantes murmullos a tu oído. De ti no se escuchan apenas más que suspiros, suspiros que yo nunca te había escuchado ni en nuestros días más oscuros. Mi mente se desarma en un rompecabezas de piezas que ahora encajan de modo distinto.

Abro los ojos y de nuevo veo a aquel oficial que insiste en decirme que no eras tú el ocupante de aquella habitación, y que esa tal Isabel que yace en la morgue hace horas con el rostro cruzado por dos heridas de un arma asombrosamente punzo-cortante jamás a tenido siquiera edad para ser madre de alguien mayor a diez años. Yo lo miro a los ojos y empiezo a recordar pequeños instantes de aquella noche.

Ahora, el oficial insiste en que mi nombre es Estela, que vivo con mi madre Isabel en un departamento al sur de la ciudad, que soy divorciada y que mi esposo me dejo porque ya tenía tiempo saliendo con otra mujer. Todo eso lo escucho desde un rincón en una diminuta celda. Me asomo al cubículo contiguo. Un tipo de blanco menciona la palabra esquizofrenia, mientras el oficial comienza a parecerme conocido. Eres tu maldito, quieres pasarte de listo, ¿no? Ya lo verás, en cuanto tenga oportunidad voy a caerte encima como una plaga, aprenderás a ser fiel aunque no quieras, después de que vuelva a hacerte lo de aquella noche en el hotel, no habrá más que una mujer que te acepte en su vida. Y verás que pronto aprendes tu lección. Te voy a hacer pagar lo que he sufrido, pero no te preocupes, que yo voy a perdonarte, sabes que yo nunca podría abandonarte. Yo seré la única que estará a tu lado para siempre; aun si jamás vuelves a ser un hombre a mi lado.